Nuestro realismo trágico

Imagen de CESAR AUGUSTO RAMIREZ VALLEJO en Pixabay 


Nuestro, sí, porque como colombianos independientemente del lugar, las condiciones o la región donde hayamos nacido, nos corresponde reconocer que cada líder social asesinado, cada tragedia ocurrida en las fauces de la pobreza y cada niña o niño abusado representa la desigualdad y la tristeza de un país que se sume en la desidia y esa es una realidad de la que hacemos parte.

 

Leer las noticias de Colombia cuando estás por fuera del país es un golpe emocional difícil de contener, porque cada noticia supera a la otra y tristemente la frecuencia se puede contar en días, incluso horas, es difícil reponerse a tantas malas noticias, pero más cruel es ser indiferentes, esas tragedias tienen nombres y apellidos, son familias que arrastran la historia del dolor que ha marcado al país, que paradójicamente se burla de sus tragedias siendo una sociedad “feliz”.

 

Cuando me preguntan por Colombia suelo promover su belleza, sus paisajes, su biodiversidad y la calidez de su gente, pero nunca olvido contarle a la gente que en el país existe una tragedia que se aviva con la corrupción, con el narcotráfico, con la violencia sistemática en contra de los líderes sociales que luchan por sus derechos y los de sus comunidades, porque la gente tiene que saber las consecuencias que nos han dejado años de robos, explotación, saqueos y corrupción, porque la gente merece conocer que detrás del país donde según cifras de la ONU se cultiva el 70% de la coca del mundo y se veneran a las reinas y a los capos, hay poblaciones enteras sufriendo las consecuencias de lo que callan también cientos de Estados en el mundo, que con su silencio nos han convertido en el patio de atrás.

 

He visto cómo esta información cambia juicios por compasión, he escuchado largos suspiros de impotencia, he presenciado cómo genera en otros el impulso necesario para tomar acción y nunca creo que es poco, porque como portadora de ese mensaje considero que todos tenemos el deber de promover una nueva conciencia. Las historias de dolor de las personas, aunque provengan de los lugares más recónditos del planeta, deben resonar en nuestra vida y no importa la forma, la cantidad o la frecuencia, con un solo gesto de solidaridad sí puedes cambiar vidas.

 

Ser parte del cambio es trabajar cada día por encontrar nuevas formas de escribir la historia, es tomar conciencia de que nuestro voto aunque sea uno, cuando se suma al de los demás es capaz de destrozar a las maquinarias políticas, es elegir la honestidad cada día, es responsabilizarnos de nuestros actos, es colaborar con quienes tienen menos, es no callar frente a las injusticias, es no ser políticamente correctos cuando el opresor se ensaña con los más débiles, es trabajar interiormente es desaprender el clasismo, el racismo, la discriminación, el sexismo, el machismo, la violencia, es no compartir imágenes ni discursos que denigren a otros seres humanos en nombre de la libertad, en definitiva es no callar frente a la injusticia.

 

Que no te digan que es poco un momento de reflexión, porque si el resultado de eso es salir decidida a contribuir con tus acciones diarias a que se detengan estas cadenas de ignominias, entonces no solo has ganado mucho, hemos ganado todos.

 

 

 

 

 

 

 

 

 

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