Mi primer Topples
Faltaban pocos días
para irme de Barcelona, el asunto llevaba
varios días dando vueltas en mi cabeza, si me atrevía o no; para algunas
mujeres no es un problema, pero para mí, era un gran paso.
Desde que llegué
a Barcelona me enamoré de las playas, la gente, la brisa, y el delicioso clima
mediterráneo. Desembarqué en la Barceloneta para darme un baño de mar; soy
caribeña y llevaba un año alejada de las playas, así que el primer plan que se
me ocurrió llegando a la ciudad (y a
quién no) fue ir al mar.
Además de ver una
oleada de gente tomando sol y debo decir, literalmente tomando sol, lo que más
me sorprendió no fue el volumen de personas que copaba la playa, desde la orilla hasta el comienzo del malecón, sino ver a las chicas en topples, con sus tetas
libres y expuestas ante la mirada de los turistas, algunos curiosos, otros
morbosos y otros ni se daban cuenta.
En mi primera ida
a la playa confieso que miré con mucha curiosidad, no es que quisiera detallar
las tetas de mis vecinas, pero no podía dejar de ver lo tranquilas que
conversaban entre ellas, con sus pezones girando como una brújula, como si
nadie las rodeara, había como mil personas, entre esos muchos hombres, y estas
mujeres ni se inmutaban ¿cómo lo hacían? Si hasta yo las miraba.
Al cabo de un
rato las comencé a ignorar, probablemente porque me empezó a parecer normal,
aunque para mí no lo era. Vi chicas con sus novios, en grupos, con amigos, amigas,
sus hijos, padres, jugando voleibol, corriendo, haciendo las sencillas cosas
que hacemos cuando vamos a playa.
Y de pronto en mi
tercer chapuzón, al girar a mi derecha, descubrí a una señora de unos 70 años, disfrutando libremente de la playa, con sus tetas al aire ¡podía ser mi abuela
pensé! En tanga y como cualquier jovencita disfrutaba desprevenida de las olas
que iban y venían, zarandeando con ritmo cadencioso también a sus tetas, que mujer
más hermosa exclamé, que bonito sentir esa libertad.
Es una playa liberal
me habían dicho algunos, es Europa ahí lo puedes hacer, es normal, ideas e
imaginarios sobre cómo son las cosas aquí y allá, pero lo cierto es que tomar
decisiones, las que sean, son un camino muy personal.
Regresé a la
playa faltando unos días para terminar mis vacaciones en la ciudad, ya había
descartado la idea de hacer topples, no soy tan liberal pensé, no es lo mío, no
soporto la idea de que alguien que no quiera pueda mirar tan íntimamente mis
pechos.
Fui nuevamente a
playa, esta vez con una amiga española, que sin haber siquiera
conversado conmigo, hizo topples, de pronto su frescura y tranquilidad me dio
confianza, además la playa no estaba tan llena, y si ella pudo ¿por qué yo no? Al
fin y al cabo nadie me conoce, así que decidí quitarme el brasier, traté de no
mirar a nadie y me acosté a tomar el sol.
En
un principio me aterró y al cabo de unos minutos me sentí cómoda, pero después
de un tiempo más, ya no aguanté, aunque quisiera evitarlo podía ver cómo me
miraban, si eran locuras mías o no (aunque no lo creo) no soportaba más la idea
de que alguien me observara, incluso me pareció ver a un tipo tomándome fotos,
había comenzado la paranoia; la idea de que circularan imágenes mías en topples
por internet sin mi permiso, sencillamente me acobardó, y así terminé poniéndome
nuevamente el brasier.
Lo haría de nuevo, pero esta vez sin tanta reflexión, la idea de mostrar
libremente mi cuerpo me gusta, sentirme empoderada y libre de dogmas es algo que quiero lograr, pero le doy tiempo
al tiempo y admito con confianza que estoy llena de contradicciones, estoy en el proceso de desaprender y también de aprender, en el que una de las cosas que comienzo a
aceptar, es que el cuerpo que cargo es mío y soy yo quien debe decidir cómo,
cuándo y qué hacer con él.
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