Así vi a San Basilio de Palenque




Visitar San Basilio de Palenque además de ser una experiencia conmovedora por el panorama cultural que aún vislumbra huellas claras de la esclavitud en Colombia, es también el contacto con realidades nacionales de pobreza y olvido gubernamental.
A través del siguiente escrito intentaré ser lo más cercana posible a mi visión de lo que en la actualidad es Palenque:

La llegada me mostró un panorama lúgubre, pero oloroso, la entrada a San Basilio de Palenque huele a naturaleza, a arboles, a raíces secas y tierra.

La plaza principal me recibió, fue lo primero que vi o por lo menos lo que mis ojos buscaron al llegar, un parque, un quiosco y unas bancas describieron sin mucha sorpresa, uno de los lugares que hacen parte del cotidiano vivir de los palenqueros, los árboles frondosos que rodean la plaza a pesar de sus largas ramas, dejaban al descubierto el sol inclemente que abrazaba las pieles, como insinuando irónico que el sol es pa negros…

Un recorrido Etnoturistico era la excusa para llegar hasta aquí, inició con el sol brillando a las 10 de la mañana y adornaba las calles llenas de piedras, barros, hojas y algo más. En el camino casas de bareque, boñiga y madera comenzaban a dar señales de las costumbres, palenqueros en las puertas de sus casas espantando el calor y niños a pie descalzo curiosos por los visitantes eran algunos de los panoramas que se veían a medida que el guía nos iba llevando.

Cocada, caballito se oyó a lo lejos y una negra con curvas firmes y caderas anchas se asomó por una calle, tan imponente como admirable con su ponchera y su decisión de llevar a cuestas el peso de su labor.

De todas las casas y cosas que iba mirando a mi paso, la “peluquería” fue una de las que más llamó mi atención, la describo como un pequeño espacio que intenta ser cómodo y que promociona a precios módicos cortes y estilos, y de eso saben mucho los palenqueros, no había nadie, sólo el rastro de los risos en el piso y por las cantidades sospeché que un afro había tenido ahí su juicio final.

Caminando y el sol calentando, observamos la casa de Rosalinda, una matrona palenquera que con rituales y medicina tradicional espanta los dolores, cura el mal de ojos y hasta levanta marido, todo eso dicen quienes la conocen, ella se limita a curar hasta donde sus hojas le dejan sanar.

El pueblo se veía sólo, me preguntaba si las casi cuatro mil quinientas personas eran muy pocas como para no ver por lo menos un porcentaje en la calle, ya era hora de almuerzo y aunque sea unos trabajadores de regreso a sus labores esperaba ver caminando, pero mi duda se fue despejando cuando por medio de una calle vimos una de las razones para el silencio del sector, un muerto estaba en su cajón y sus familiares, amigos y vecinos lo velaban con el corazón.

Celebraban el Lumbalú un ritual ancestral de los palenqueros que reviven cada vez que mueren como una forma de engrandecer la vida, lloran cuando nacen y ríen cuando mueren. Los hombres sentados en el patio de la casa tomaban ron y jugaban juegos de mesa, las mujeres conversaban, un equipo y otro formaban dos bandos, parecía un bingo o una tarde de viernes, no un martes con el sol inclemente.

Una caricia de brisa fresca nos llevó hacia el arroyo, pequeño y casi seco, una negra grande y voluptuosa lavaba su ropa, restregaba los pantalones y envolvía los blusones, la corriente se llevaba los rastro de jabon y enjuagaba con insistencia los residuos de mugre, dos piedras formaban su batea y su apacigüe tranquilidad se interrumpió con nuestra llegada ¡ahí va hombre! grito el guía, que nos contó que las mujeres se bañan siempre con ropa, pues al primer llamado deben responder con virtuosidad y en buen estado.

Hay tres sitios en el arroyo, el espacio de los hombres, de las mujeres y el mixto, espacios de integración de la población y donde confluye el pueblo a intercambiar ideas y contar historias y también a inventarse unas cuantas.

El regreso fue por el mismo sendero, esta vez el sol ya había bajado, sus rayos que antes quemaban potentes ahora parecían relajados, era un poco más de las 2, el tour había terminado, nos esperaba una aguapanela y unos palenqueros para llevarnos de nuevo al sendero, al comienzo, a la entrada que ahora era salida, a la rutina que nos alejaba nuevamente de esta maravilla.

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