La apariencia de lo intelectual

Imagen de Pixabay. El espléndido David de Miguel Ángel considerada una de las esculturas más admiradas en el arte, salió de un marmol comido por la maleza.


Una de las cosas a las que me enfrenté durante mis estudios doctorales fue a esa mirada superficial de la academia que se fijaba primero en lo alto de mis tacones, mis labios rojos y las notas florales de mi perfume, antes que en mis capacidades, reconozco que a veces contoneé adrede las caderas por esas bibliotecas silenciosas porque algo dentro de mi no pierde lo juguetona, pero también porque las miradas inquisitivas de mis efímeros compañeros de investigación denotaban lo que ya evidenciaba en los pasillos de la universidad, lo intelectual tiene una apariencia y desde luego no es la mía. 

Ese sistema que invita a correr una maratón para producir artículos científicos, capítulos de libros, ponencias, proyectos y propuestas parece pasar factura a esos espacios de creatividad y ocio personal donde las elecciones sobre aspectos como la moda están en último lugar y no lo digo porque crea que mis colegas son unos mal vestidos, finalmente cada quien hace lo que quiere y para quien tiene otras prioridades estas cosas además de banales pueden parecer frívolas. 

Lo digo, porque justamente en esa aparente libertad que nos da cultivar de formas más profundas el conocimiento, parece que la apariencia sí importa y mucho, básicamente hay una especie de tufillo en el medio que desdeña la moda, los hobbies y las redes sociales porque muestran culos y tetas, viajes y comida, deportes y vidas placenteras, supongo que todos deberíamos recordar que Instagram y Facebook nacieron con un objetivo y no es precisamente que le den like a nuestros artículos y eventos científicos. 

El mantra de algunos académicos es que hay que promover lo que es considerado inteligente, constructivo, aceptable para el medio, no queremos que piensen que somos una pieza suelta de ese rompecabezas prestigioso que se completa con la opinión de los demás colegas. Mientras tanto en los mismos espacios donde se promueve la ciencia las nuevas generaciones a las que tanto criticamos se sientan a escucharnos aburridas porque somos incapaces de empatizar con sus necesidades, con sus puntos de vista y con sus intereses. 

Esa generación de Cristal que brilla bailando reguetón sin vergüenza en las redes sociales y parece romperse con cada pequeño drama expresando sus emociones y se enamora por aplicaciones, son quienes se sientan a aprender de nosotros, soltar un poco el ego nos recordaría que también nosotros aprendemos de ellos, son nuestro equipo, nuestros verdaderos maestros, los responsables de mantenernos en tierra cuando nos elevamos a teorizar sobre temas que siendo honestos le importan a muy pocos, porque la verdad es que la universidad sigue teniendo muchas deudas con la sociedad. 

Quiero llamar la atención sobre la importancia de tratar de empatizar sin prejuicios con aquello que no compartimos, no podemos decir que promovemos un discurso inclusivo, reflexivo, abierto, científico e interesante si no ampliamos la lupa y reconocemos que la sociedad se transforma y que los conocimientos científicos siguen siendo de interés solo para unos pocos, aunque impactan a todo el mundo. 

Los saberes se construyen donde hay dos, donde hay tres, donde hay diferencias, donde todos aportamos, donde no dejamos que las apariencias nos engañen, porque con frecuencia cuando brilla, sí es oro.

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