Los bosques inundados, la ruta ancestral
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Bosques inundados |
Cuando le dije a Dolly que quería ir a visitar árboles sagrados, ella sabía exactamente a dónde me podía llevar. Si existe una suerte mayor que la de ser guiada de forma personalizada por una líder Tikuna del Amazonas, es la de disfrutar de narraciones, mitos y leyendas en su propia voz ¡Qué enorme generosidad! Ningún tour podría igualarse a esto.
En la canoa conocí a Obsimar, nuestro conductor elegido, también de la comunidad Tikuna, él sería el encargado de navegar el río, y con su gran experticia llevarnos a los lugares donde más tarde tendría uno de los festines visuales, más exuberantes que haya tenido en toda mi vida.
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Killi, Dolly y Obsimar, guías Tikunas |
Arrancamos por la ruta ancestral y poco a poco fueron apareciendo ceibas gigantes, árboles frutales de todo tipo, decenas de aves, monos saltando de rama en rama, arbustos, flores e innumerables colores y formas; es como ver una ensalada gigante me decía, aquí hay millones de brócolis, lechugas, espinacas y acelgas que se dibujaban juguetonamente frente a mis ojos, mientras internamente mi versión vegetariana sonreía con picardía.
En el camino hacia los bosques inundados (nuestro punto final), escuchaba con atención en la voz de Dolly, las historias del militar incrédulo que se atrevió a profanar la selva con su batallón y demeritar el poder de la Curupira (protectora de la selva), sus dolores, perturbaciones mentales y finalmente su muerte me dejaron atónita, y la de aquel norteamericano, convencido en su soberbia que podía recorrer los senderos del Amazonas sin guía y se la topó convertida en una exquisita mujer, que lo atrajo seductoramente al bosque, donde luego se transformó en aterradores formas animales y siniestras, según mi narradora el gringo sobrevivió para contarlo, pero cree que nunca más pisará estos territorios. Aunque estoy segura de que me narraba las historias para entretenerme en el camino, algo dentro de mí sintió temor y se cuestionó si estaba siendo lo suficientemente respetuosa con la selva y sobre todo si la Curupira pensaba igual…
Ya en el bosque poco puedo describir sobre la belleza de este lugar, me faltan palabras para expresar la hermosura de los árboles, los senderos donde se escuchaban sonidos suaves de la selva, la densidad de las ramas, la textura de las hojas y la cantidad de peces que nadaban en sus raíces, aún llenas de agua por el invierno. Llegamos al árbol donde las abuelas cuentan historias de la selva, donde se aprenden fábulas para enseñar a respetar a los animales y a escuchar a los mayores.
Me senté en la punta de la canoa para contemplar la belleza y Obsimar en un giro inesperado, decidió entrar a senderos casi secos, pero aún navegables, con mucho esfuerzo apartó ramas, remó con sus fuertes brazos entre el barro y recorrió espacios que vistos desde abajo, parecían enormes paredes verdes pintadas por alguna deidad; nos detuvimos por unos minutos bajo la sombra del gran árbol que ahoga a sus pares apretando con fuerza sus troncos, hasta que consume todos sus nutrientes, en el que aprecié la implacable ley natural.
Saliendo de ahí, creía que nada más tenía de visitar, todos mis anhelos y sueños de sentir y compartir espacio con estos seres que han nutrido mi imaginación y despertado toda mi admiración desde niña estaban realizados. Pero el Amazonas es un territorio lleno de sorpresas, en muchos casos no es solo por lo que ves sino por lo que experimentas.
Dentro del plan del día, le seguía un refrescante baño de río, que además de reconfortante, tenía el objetivo de limpiar cualquier baja energía que trajera de la ciudad, la promesa de una limpia solo con revolotear en el agua, era simplemente fenomenal. Más tarde en el Lago Tarapoto visualizamos un cardumen de pirañas y era el turno de pescar, aunque no es una actividad que me llamara la atención, accedí al ver la carnada dispuesta en aquella caña rústica y en parte porque me parecía imposible que en medio de tantos peces no lograra llevarme aunque fuera uno para cenar.
Después de 20 minutos y varios tirones sin resultado decidí abortar la misión, la pesca no era lo mío, pero nadar sí, así que les dije a mis guías que estaba lista para el baño, me acomodé en mi asiento para avanzar y por sus miradas sospeché que algo no había entendido. Obsimar y Dolly me dijeron adelante, te esperamos, y yo que aún seguía sin entender, espeté:
-Aquí ¿en este lago?
- Sí, respondió ella, aquí nos bañamos
Al ver el lago, podía imaginar las fauces de la anaconda esperándome para engullir mi cuerpo, nunca mi delgadez me había parecido un problema, hasta que visualicé que era un solo bocado en las mandíbulas del animal. Incluso en mis aventuras mentales más extremas, esta no era una forma admisible de abandonar este plano terrenal. Entonces les dije: no me puedo bañar aquí ¡Hay pirañas! Sonrieron levemente y exclamaron, tranquila, estas no muerden duro, solo los apartas, ¿y que me dicen de los caimanes? Me deben estar esperando en esos matorrales, esta vez la risa se apoderó de sus rostros, ah no ¡no salen de día!
Para este momento ya había decidido que mejor me hacía la limpia con palo santo, sentada en la comodidad de mi hogar, realmente no soy tan aventurera como para dejarme tentar por la fatalidad, así que preferí no ser temeraria y más bien quedarme con el dulce recuerdo de los bosques visitados.
De regreso, todos estábamos en silencio, una sensación muy pacifica claramente habitaba nuestros cuerpos y como un regalo de recuerdo por parte de la selva (o tal vez de la Curupira), un delfín rosado se alzó frente a mis ojos a menos de tres metros, cuando ya había perdido la esperanza de ver uno completo de forma natural. Se dejan ver de quien quieren dijeron.
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