El placer de ver a Botero



Cualquiera que haya conocido a Madrid, sabe que al alzar la mirada en lo alto de sus edificios se dibuja un cielo profundo repleto de nubes sin forma que adornan monumentos, calles e imponentes avenidas donde se pueden observar a dioses halados por caballos y leones. 

Madrid es una ciudad donde el movimiento cultural llega a ser tan vibrante que no hay forma de escapar de él, te interese o no, te atrapa, te envuelven las vitrinas llenas de arte, los elegantes edificios, las obras exquisitas que adornan sus calles y un aire que recuerda a aquella famosa movida que atrajo el alma de poetas y literatos de todo el mundo hambrientos de historias y pasión. 

En esta ciudad cuando llueve el cielo a duras penas lagrimea, pero si se rompe, estarás frente a un autentico espectáculo que sólo es capaz de eclipsar un buen pintor. Intuyo que es precisamente esa consciencia la que llevó a expertas curadoras a traer la obra de Fernando Botero a través de la exposición “Botero, 60 años de pintura”, donde se pueden observar 67 cuadros divididos en siete salas que reflejan el recorrido artístico del autor. 

Recién inaugurada en el Centro Centro, en pleno Cibeles en el corazón de Madrid, esta exposición es el bálsamo post cuarentena que muchos estábamos esperando. Al entrar, la sala América Latina te comienza a romper los esquemas con las figuras voluminosas de carnosas mujeres y hombres que recrean escenas de la vida cotidiana y se funden en intensos colores, cualidades que caracterizan la obra de Botero. 

El sonido de una voz en la sala cercana que dejó escurrir entre sus labios: cuando mi padre pintó esta obra, hizo que saltara mi corazón y me anunció lo que sería durante la próxima hora un viaje íntimo por las anécdotas más personales del pintor, su hijo Fernando Botero Zea, había quedado casualmente con un grupo de admiradores del artista, para contarles sobre las vicisitudes e inspiraciones artísticas de cada una de las obras de su padre, sin ser invitada, pero sin ser excluida me uní al grupo de señoras encopetadas y señores olorosos a pachulí escondidos tras esos incomodos tapabocas. 

La reflexión de que la condición humilde en la que creció Fernando ha sido una de las causas que llevó al pintor a refugiarse en su imaginación, es la esperanza para aquellos que aún se levantan en las fauces de la pobreza, con frecuencia es en estos rincones donde nada parece tener sentido, que surgen espíritus indomables que llegan para revelarnos que existe mucha más vida de la que podemos ver. Placer eso es lo que mi padre siempre ha querido transmitir con sus obras, placer, reafirmaba con contundencia su hijo. 
Fernando Botero Zea contando anécdotas de su padre
Cada sala revela el alma apasionada de Botero, la armonía de sus trazos, la intensidad con la que juega con los colores, las formas suavizadas de rostros redondos y narices pequeñas que hacen contraste con los brazos y piernas regordetas de sus personajes, su extraordinaria forma de crear sombras, reflejos y de darle vida a la naturaleza muerta. 
Naturaleza muerta

Botero tiene un estilo tan único que recuerdo que la primera vez que me topé con su obra en mi adolescencia fue gracias a una imitación callejera que logró llamar poderosamente mi atención, me atrajo como un imán un tenedor, un pinche tenedor que descubrí gordo, pensé cómo puede hacer alguien que un objeto luzca como si fuera un cuerpo, que tenga proporciones semejantes, que provoque morderlo y hoy más de 20 años después sigo sintiendo esa fascinación cuando veo sus pinturas. 
A Botero también le gustan las flores - cuadro hortensias 

En la sala de la religión su hijo se encargó de enfatizar que Botero no tiene preferencia por ninguna, pero que se siente atraído por todas las religiones, aquí sotanas color fucsia y cardenales regordetes seguidos por monaguillos negros y pequeños nos recuerdan la desigualdad con la que algunos humanos han construido la imagen de Dios, vírgenes llenas de lagrimas y santas con aureolas, de tetas libres y culos provocativos son un llamado del artista a espantar la mojigatería. Aquí no pude contener mi curiosidad y deslicé tímidamente la mirada hacia los ojos añejos de las señoras y descubrí el brillo de la morbosidad de quien no ha olvidado los pecados de su juventud. 
Sala Religión

Las santas

El recorrido finalizó con la misma frase que inició, el recordatorio de que a Fernando sólo le interesa que al ver sus obras sientas placer, para ese momento ya no cabía duda de que todos estábamos extasiados, sintiendo algún tipo de lujuria después de ver tantas formas, tantos besos, tantos culos, tanta comida, tantas flores, tanto arte, si el autor soñaba en su niñez con causar estupor en sus espectadores, 60 años más tarde su obra es a cabalidad una reafirmación de que lo logró.
Un corazón contento



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