Cómo hice la transición de mi cabello


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Recuerdo que a los 13 años me realizaron el primer alisado, mi cabello negro y abundante era una “mata de pelo” incontrolable que el desriz contuvo y me dio un aire de libertad, o eso creía en ese momento, porque por fin, podía usar el cabello liso y planchado sin que el frizz lo elevara a la categoría de casco a las dos horas.

Pues esa “libertad” me obligó a desrizarme cada tres sagrados meses el cabello, sin contar que, a esa corta edad, ya tenía que preocuparme por mascarillas, cremas hidratantes, shampoos especiales, y la raíz, la bendita raíz, que salía como mala hierba asomándose sin control sobre todo en el borde de mi frente, y ¡ay como lloviera! me sudara o hiciera ejercicio, eso sí era un problema.

Con este martirió viví más de 10 años, pero llegados los 25 simplemente reaccioné, ni siquiera porque tomé conciencia de quien era, no, lo hice porque no tenía dinero, el desriz que a cada año subía de nivel en las bondades del producto, ahora no me lo podía pagar y a esto le sumé, que entré en una etapa emocional y espiritual que me hizo dejar de lado todo aquello que no me hacia feliz y ahí entró el alisado, recuerdo cuestionarme cómo era mi pelo ¿cómo? No tenía realmente un recuerdo claro, había anulado de mi mente la forma de mi cabello, y las ondas del cabello alisado, para cualquiera que se haga el tratamiento, sabe que son una extraña mezcla entre un pedazo liso y otro sin forma.

En ese momento decidí hacer la hoy famosa “transición” estaba cansada de alisarme el cabello, no lo tenía bonito, después de años de tratamiento, mi abundante cabello no tenía vida, aunque me crecía rápido, porque siempre ha sido así, le faltaba brillo, color, fuerza.

Para aquel entonces no había ni tutoriales, ni cremas, ni aceites, ni influencers que te convencieran de que era buena opción y estaba bien aceptarte, la realidad es que lo hice porque me cansé, no quería depender económicamente de algo que al final veía que me hacía daño.

Después de tres años, amé los resultados, poco a poco me atreví a dejarme la melena suelta, me tocó cortarlo, cortarlo mucho, con paciencia, me hice infinidad de reclamos frente al espejo, había días en que simplemente no me miraba, no tenía ganas de ver el “desastre” y trataba por todos los medios de no escuchar a la gente que me decía que se me asomaba “la ruchera”.

Descubrí en esa etapa nuevos peinados, me atreví a recogerme el cabello de muchas formas, en parte por esconder el nuevo cabello que venía saliendo, pero la realidad es que me vi otra cara, otros ángulos, y me gustó, recuerdo a un amigo que me decía, este peinado qué número es, porque cambiaba y jugaba con las formas que daba mi cabello, también encontré voces que me animaban, que me decían que les gustaban mis ondas y a esas, que saben quienes son, les agradezco el doble, porque no hay nada más lindo, que un comentario bueno y honesto, en momentos en los que tambalea tu autoestima.

Al cabo de unos años, por fin salió mi cabello, con una forma que yo no reconocía, pero que también comencé a aceptar y a amar, no he dejado de usar productos que me ayuden a controlar el volumen y el frizz, pero jamás, jamás permito que se vayan mis rizos, los amo, hoy no soy capaz de verme sin ellos, y puedo cepillar y planchar mi cabello a mi antojo, y me siento igual de bien.

Por eso admiro a los movimientos como Pelo Bueno o Rosa Caribe, que han decidido ayudarnos a mirarnos al espejo y auto descubrirnos con nuestras formas, nuestras curvas. Hace poco una amiga me preguntaba cómo había hecho y le dije, me descubrí a mi misma fea, me sentí horrible, porque no me sentía bonita, ni atractiva en esa etapa, tanto que hoy prácticamente no tengo fotos, solo de mi cabello recogido, pero la animé a ella, como animo a todas las que quieran pasar por esa transición, a que se miren al espejo con amor, con valentía, pero sobre todo con paciencia, porque todo necesita un proceso y los resultados de este, son un maravilloso encuentro con tu belleza. Y cuando te digan que te ves espelucá, recuerda que todo lo bueno despeina.





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