Un caso más...
Eran las ocho de la noche aproximadamente cuando me dirigía
a mi apartamento ubicado cerca de la recurrida plaza Republique, el verano aún
no dejaba entrar la noche y la gente que caminaba o tomaba algo por el sector se
veía bastante animada. Decidí comprar un Kebab antes de llegar al apartamento y
aproveché la espera para actualizar mis mensajes.
Una vez entregado mi pedido continué el camino a casa, al
llegar al edificio digité la clave para entrar en el portal, cuando una sombra
detrás mío me anunció que alguien estaba muy cerca de mi espalda, la puerta ya había
abierto y en cuestión de segundos aquella persona con la presión de su cuerpo
me empujó hacia adentro, al voltear me percaté que era un hombre, el mismo que
hacía casi media hora había visto en el vagón del metro tratando de
coquetearme, pero a quién ignoré sin prestar mayor atención; los nervios y la
confusión del momento me dejaron muda, este hombre estaba tratando de tocarme... Un hombre que no conocía, que no me interesaba y que al
parecer estaba decidido a tomar por la fuerza a alguien que no le estaba dando
su consentimiento, no recuerdo si mi NO lo escuchó, pero estoy segura que lo
dije, porque eso era lo que sentía, afortunadamente la puerta no había cerrado por completo y en medio de la
situación me abalancé sobre él y ambos quedamos afuera del portal, en medio de
la calle y a la luz de los comensales del café de en frente, estaba helada,
nerviosa al punto que no pude gritar, no dije nada, me silencié, ni siquiera
pude llorar, solo lo vi correr y desaparecer.
Esto me sucedió en Europa, en Paris, cerca de populares cafés,
y grandes plazas, con policías en las esquinas, con una vibrante sociedad
activa que denuncia con fuerza la violencia contra sus mujeres, no en
Cartagena, ni en el barrio popular de donde vengo, no fue en la puerta de mi
casa donde mis amigos o los taxistas esperaban siempre a que entrara para vigilar
que no me pasara nada.
La violencia contra las mujeres es real, no es una situación
aislada, algunas contamos con suerte y podemos contar la historia, otras tienen
que protagonizar los titulares de los periódicos o en el peor de los casos
formar parte de la larga lista anónima, que ni tu ni yo conocemos, porque no
está visibilizada.
Cuando leo el desprecio con el que lamentablemente hombres y
mujeres comentan en las redes sociales o expresan sus opiniones con respecto a
lo que consideran “exageraciones” por las denuncias contra la violencia
machista o “problemas de pareja” me doy cuenta de la gran necesidad que tenemos de educarnos con respecto al
maltrato, a reconocerlo, a no dejar pasar los detalles, a que no nos parezca
poco un intento, una levantada de mano que no llegó a ser golpe, unos celos
injustificados que terminaron en insultos, a los que luego le siguió un perdón
o los golpes que llegaron a ser moretones, puntos y fracturas, pero que
ignoramos para no incomodarnos como amigos, vecinos o familiares.
Esto no es cuestión de hombres, es cuestión de entender que
somos una sociedad en la que aún es difícil pedir igualdad cuando la brecha
entre hombres y mujeres sigue siendo enorme y a eso se le suman otras condiciones
socioeconómicas que nublan el panorama.
Como un ejercicio mínimo, vamos a pensar qué tipo de
sociedad le estamos brindando a nuestras mujeres, a las niñas que están
creciendo, a las bebes que están naciendo, a los niños con quienes ellas están
compartiendo, qué les decimos, qué consejos les damos, cuáles son sus ejemplos,
qué ven, qué escuchan ambos, nada justifica la violencia, pero si tenemos que
empezar a defender a alguien, que sea a quienes históricamente, por cifras y
por todo tienen la necesidad. Que no te pase a ti, no quiere decir que no le
pase a los demás.
Sentir verguenza o temor al rechazo por defender causas justas, es una cobardía que tendrán que padecer aquellos a quienes amas. Defender las causas de las mujeres no es estar en contra de los hombres, es estar de su lado, porque un hombre de valor, siempre sabrá cómo tratar bien a una mujer.
Extracto del poema de Víctor Hugo, Te Deseo
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