15 minutos con Esther


Apenas se posaban las 9 y 40 de la mañana en mi reloj, cuando escuché a mi lado el refunfuño de una rubia mujer, con gafas oscuras, de talla mediana, quien me dijo susurrando, ese conductor debe estar despechado, óyele la música,  a lo que contesté ¡despechado y sordo!
A partir de ese momento, y luego de un par de sonrisas, la mujer pareció tomar confianza, y como cuando se abre una caja de Pandora, comenzó a narrar lo que titularé “una triste vida esperando que Dios haga algo”.
Esther parecía tener unos 45 años o por lo menos sus arrugas así lo insinuaban, me contó sin que yo le preguntara que tenía una hija y varias nietas que eran toda su vida, que no tenía marido, porque eso ¿para qué? Al fin y al cabo ya su ex le había dejado la casa donde vivía, no necesitaba más.
Luego de una canción romántica, corta venas, de esas en la que suplicarías al cielo, ¡por favor! Mándale una novia que no le ponga los cachos al conductor para que  los pasajeros no suframos, comenzó lo bueno, Esther pareció sentirse activada, algo en su interior resurgió y contó nuevamente sin que yo le preguntara, que ella si tenía su guardado, un marinovio, léase bien, un marinovio con quien compartía cada tres meses la cama, porque aja, el tipo vivía viajando, y no tenía mucho tiempo (mientras chascarreaba los dedos mostrando el ademan de cuando uno cuenta billetes) pero le daba de vez en cuando lo que ella necesitaba.
Luego de contar que ella fue primero que la esposa de él, porque él la quería a ella pero ella nunca le prestó atención, dijo con resignación, aja y ahora me volví la amante, ¡la amante! Rezongué ¿por qué?  A lo que ella contestó, pues sí, porque a una le hace falta que le echen su regadita…
Después de 10 o 15 minutos contando sus penurias con el hombre y de escuchar mi retahíla, Esther expresó sin pena, que para su próxima venida, que sería dentro de un mes, le iba a pedir por lo menos que le diera para los palos de su apto, uno que se está haciendo para no depender de nadie, que por lo menos me dé eso, porque yo lo único que lo pongo a pagar cuando viene es motel, si, porque yo tengo dignidad y a mi casa no lo meto…
Para ese momento ya no había ningún consejo que dar, Esther estaba perdida, sólo concluí a su parada, con la única cosa racional posible, deja ese hombre, mereces mejores cosas, y ella aseguró: yo esperare lo que Dios me mande, porque él decide, yo no, uno recibe lo que le cae y ya verdad.




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